edaismo
Ésta, sentenció Amalia, señalando la pantalla, hacia una casilla en la parte superior izquierda en la que aparecía ella sentada sobre una silla, de espaldas.
Ésta, sentenció Amalia, señalando la pantalla, hacia una casilla en la parte superior izquierda en la que aparecía ella sentada sobre una silla, de espaldas.
Abrió los ojos punzado por el hambre, ese apretón necio que aprendió a ignorar cebando la mirada contra el horizonte, enterrando el dolor en la línea que partía al mundo en dos infiernos. Sin malgastarse en la desesperación, sin esperanzarse inventando recuerdos de mejores días, respiró sin sobresalto la pestilencia de esa calle lastrada en huesos apretados a fajos de piel escocida a dentadas de sol. A pesar de estar consciente no podía moverse, no tenía sobre las articulaciones nada con qué moverlas; su cabeza ladeada quizá provocó en sus párpados ese reflejo de muñeco con pesas, incrustado en pánico sobre los muchos empolvados de moscas, parches de cal y tierra amarilla.