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Tradición, probablemente a nivel cultural la forma más simple, básica y reacia de ley, que garantiza dentro de su historicidad en constante presente, una rutina de estabilidad y seguridad, aún contra la insistente presión de nuevos modelos económicos, sociales y hostiles patrones de participación ciudadana. Otra cualidad, invisible a veces, es su paulatina erosión, la pátina de lo obvio e incuestionable, bajo la cual muchas de estas formas de hacer vida decaen en favor de nuevas maneras más privilegiadas del día a día. Costumbres, ciclos y procedimientos que resultan casi abstractos para el oído digital de la joven tecnocracia como fanega, zoqueo o rock and roll, son parte de esa ley bajo la que se rigen unas 140.000 personas en Costa Rica, que entre agosto y marzo de cada año, dentro de jornadas de hasta 12 horas, bajo el sol o heladas tormentas, llenan canastos por entre 2 y 3 dólares cada uno, para una industria de cientos de millones de dólares anuales que a pesar de los altos costos de producción, las plagas como el ojo de gallo, las embates climáticos y la especulación financiera se mantiene tajante como primordial ingrediente del simbólico nacional.

Este año, 2011, se espera que la producción nacional termine sufriendo una contracción de alrededor del 15% hasta el punto de afectar el suministro para el consumo interno, lo que redunda en una merma importante en su ingreso anual, para las familias que dependen casi totalmente del volumen por planta y no de su especulación en la bolsa.

Pero realmente todos estos datos resultan harto extravagantes, en especial durante los últimos días de la repela, cuando son pocas las manos, que tercas arrancan los últimos miles de colones de las deshojadas plantas, arrastrando el cansancio acumulado y las terrosas cicatrices de la temporada, mascullando los planes y proyectos en su escala justa, entre los deseos imposibles y los que quedarán pendientes para el después de la próxima cosecha. Nacionales y extranjeros, trabajando ajenos a si su empleador es un hacendado o una corporación trasnacional acéfala, gente que resiste entre aspiraciones educativas, sueños de casa propia, una moto, el futuro de sus hijos, las deudas acumuladas, los parientes hospitalizados o hasta encarcelados y la impotencia ante la violencia que empieza a filtrarse entre las parcelas desde las barriadas aledañas.Con todo esto en mente y quizá con mucho más en contra, cosecha tras cosecha, alimentan arduamente en la tierra bajo sus pies la fe en que el oro rojo desborde las costuras de sus canastos.

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